“ÁNGELES O DEMONIOS”: de ser la última esperanza a ser la más terrible decepción.


Por Jim L. Ramírez Figueroa

Como sabemos, la función jurisdiccional consiste en juzgar y hacer ejecutar los juzgado mediante la potestad de administrar justicia (artículo 138º de la Constitución).  Esta potestad que recae sobre cada uno de los jueces de nuestro país implica el ejercicio de un poder delegado, es decir, una autorización de los ciudadanos de nuestras nación para que en su nombre los jueces juzguen y ejecuten lo juzgado.

Ahora bien, justicia –como dice Piero Calamandrei- es comprensión, esto es, considerar a la vez, y armonizarlos, los intereses opuestos: la sociedad de hoy y las esperanzas del mañana, las razones de quien la defiende y las de quien la acusa. Para lograr este cometido, nuestros delegantes, ósea el pueblo, han limitado el ejercicio de esta función al respeto de la Constitución y la Ley.

A pesar de que los jueces ejercen un poder, el poder administrar justicia, no son elegidos por voto popular, como si lo son, por ejemplo, el Presidente de la República y los miembros del Congreso. A partir de ello, la legitimidad democrática del juez no proviene de su elección y/o selección, sino que dicha legitimidad provendrá del ejercicio de la función asignada a éste. Como dice Luis López Guerra se trata de una legitimación de ejercicio, más no de origen.      

Cuando una persona acude ante un juez, lo hace para que éste solucione el conflicto en el que se encuentra inmerso, antes de tocar las puertas del Poder Judicial, dicha persona a buscado en otros lugares la formula que le devolviera la paz y la tranquilidad, frente al fracaso de su búsqueda, le queda una última esperanza: acudir ante un juez. Y es que son los jueces quienes aseguran a los ciudadanos de nuestros país la plena vigencia y respeto de cada uno de sus derechos fundamentales.

Si los jueces somos la última esperanza que tiene una persona para que sus derechos sean restituidos, respetados, en fin para que pueda poner fin a sus conflictos, entonces, de entre todas las profesiones que los mortales pueden ejercer, ninguna otra –como dice Piero Calamandrei- puede ayudar mejor a mantener la paz entre los hombres que la del juez que sepa dispensar aquel bálsamo llamado justicia para todas las heridas.

Bajo este contexto, el juez no sólo se debe a su pueblo por que es un delegado de este, sino que además el juez tiene el deber de circunscribir su actuación a los márgenes delimitados por el Derecho (Constitución, ley, precedentes y jurisprudencia), ejerciendo su poder de juzgar y hacer cumplir lo juzgado con independencia e imparcialidad.

Un juez es independiente por que cumple con el deber de someterse únicamente al Derecho, es decir, un juez independiente es aquel que ejerce su función jurisdiccional en base a la constitución y la ley, aquel que no se encuentra influenciado por factores externos (políticos y económicos) e internos (por los órganos superiores, órganos de control). Es decir, el juez es independiente no sólo respecto a la injerencia de poderes e instituciones ajenas al poder judicial sino también respecto a sus superiores, claro esta sin desconocer la potestad que tienen los órganos supremos de justicia para emitir reglas de carácter vinculante.

De otro lado, un juez es imparcial cuando es independiente frente a las partes en  conflicto y/o frente al objeto litigioso. Es decir, la tuitividad que se nos exige en algunos procesos no puede conducirnos a tomar el lugar de una las partes, ya que ello implicaría una violación del deber de imparcialidad.

De este modo, la legitimidad del juez no es una legitimidad de elección sino una que proviene del ejercicio de su función, quizá como dice Robert Alexy, se trate de una legitimidad argumentativa, siendo ello así, cuanto más objetivas sean las razones que sustenten la decisión del juez, el ciudadano de a pie podrá conocer el por qué se le dio la razón o el por qué se aceptó la tesis de la otra parte.

Así, más allá de que siempre existirá una parte que perderá el conflicto, el juez podrá defenderse frente al murmullo con su propia decisión.

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